viernes, 7 de septiembre de 2012

Nos masturbamos acompañadas

No digo que todas lo hagamos ni que ninguna salvo excepciones lo haga. Ni tanto ni tan poco. La aparición de Internet y, principal y excluyentemente, de los chats y de los diversos programas que nos permiten comunicar con “el Otro” sin movernos de casa, propusieron un tipo de contacto que unió la palabra con la imagen y el sentirnos involucradas con esas palabras. Tanto como si estuviésemos expresándolas en los escenarios imaginarios que construimos con nuestro interlocutor –o interlocutora, aunque habrá una diferencia sustancial: no necesitamos imágenes para excitarnos con otra mujer-.

El ciberespacio es el ámbito de la fantasía reprimida. No descubro nada con esto pero me sirve el lugar común para encarar la otra cuestión que a muchas obsede: la infidelidad.

Señoras de su casa como decían nuestras abuelitas, transformadas en lobas hambrientas que se comen cuanto señor ande suelto por ahí –y no pocas veces, los que están muy enganchados con otra, también-. Cambian algunos hábitos cotidianos para poder estar en la computadora a tal hora y encontrarse con ese hombre que nos dice tan lindas cosas que germinan en nuestra mente y hacen bullir nuestro vientre… Y así siguen hasta que la relación se agota por obvias razones: en algún momento se necesita piel, contacto directo, gemidos causales, jadeos de ritmo intenso y cataratas hirviendo que queman los labios de nuestra feminidad.

Pero como esa señora de su casa no está dispuesta a arriesgar mucho más que lo que para ella significó el asumir el hábito del contacto diario –a veces nocturno cuando el marido viajó, no está, duerme borracho o toma pastillas sedantes-, esa relación cibernética se esfuma entre los bytes de las respectivas computadoras y… vendrá otro y otro y muchos más. Porque esa señora de su casa descubrió en la inocencia estructural de un teclado y una pantalla, el intenso placer y gozo que puede obtener masturbándose, impulsada por un desconocido que hace aparecer en su pantalla las palabras justas, incluso las órdenes necesarias para que ella, entregada ya, tiemble, conmovida, en un orgasmo inédito y, seguramente, manche el asiento de su silloncito con el abundante flujo que escurrió de su intimidad femenina. (ya la segunda y más veces pondrá una toallita cerca para, en caso de ser necesaria, extenderla, convenientemente, sobre el asiento.

Esto que acabo de describir muy someramente sucede a diario, se repite en cientos de miles (probablemente millones) de lugares, hogares, casas de campo, cibercafés, bares y me atrevo a agregar: escuelas.

El tema es: ¿Constituye infidelidad la actitud asumida por esa señora de su casa al haber gozado se su masturbación inducida por otro hombre que no su marido?

Si afirmamos y aceptamos la afirmación de que el cerebro es el órgano sexual más importante llegaremos al punto de establecer que sí, esa señora de su casa fue tan infiel a su marido como lo habría sido de haber llegado a un hotel alojamiento acurrucada en el hombro de su furtivo amante de paso.

Entonces, si fue infidelidad ¡¡ Qué hacemos, pardiez, recórcholis, zambomba ??

Un amigo dice –y creo que con razón- que cuando nos acostamos con nuestro hombre, el legal, hay más de dos personas en la habitación. ¿A qué refiere? Oh, a nuestra mente, ese cerebro que es el órgano sexual… etcétera.

Piensen honestamente cada cual que lea esto, si alguna vez, en el erotismo previo a mantener relaciones sexuales con su pareja, no recordaron a ese bombonazo que cruzamos al salir de Tribunales o cuando bajamos al subte o al entrar a la confitería donde nos esperaba una amiga o simplemente caminando por Florida… Habremos pensado, estoy segura, ¡Mmm qué pedazo de hombre por favor!! y detrás o debajo de esa exclamación muda, todo lo demás… O sea, flashes de qué haríamos y qué desearíamos que nos hiciera el susodicho que se esfuma entre los caminantes. Y luego, al momento de besar a nuestro hombre, zas, el flash de ese bombonazo y el consiguiente cosquilleo en lo más profundo de nuestro vientre…

A eso se refiere mi amigo. Y estoy de acuerdo. Pero esto no resuelve el qué hacer. Es difícil para el todavía machismo residual imperante, que un hombre acepte tranquilamente que su esposa goza con otro(s) cuando chatea. ¿Y si pasa a mayores? (o sea, encuentro, hotel, contacto directo).

Todo es posible, desde ya, aún lo imposible que sólo demora un poquito más. Pero que sea posible no significa que pueda ser probable.

Un levante chatero no es nada más que un goce pasajero, eventual, un acuerdo de partes inclusive donde una utiliza al hombre y él, a nosotras. Después… nada. O mucho, depende.

Si nuestro hombre –el legal- es inteligente (y seguramente no nos juntamos con bobos), aprovechará ese descubrimiento que hizo la señora de su casa y replanteará la rutina cómoda en la que él se movia. Así, intensificará las sensaciones de su pareja instándola a que conozca a muchos, todo el tiempo… lo que redundará en una explosión novedosa, desconocida en el lecho matrimonial. Tendrá que lidiar, de ahí en más, con una loba en celo antes que con esa mujercita hacendosa y tímida que a nada decía que no y encendía velas a los santos en aniversarios familiares… ¿Ésa? se terminó, desapareció.

Tendrá, ese señor hipotético, que arreglar los tantos con su o sus amantes ya que el consumo de energía en el hogar aumentará exponencialmente.

¿Prospectiva? Estarán mucho mejor, más relajados, más libres de abordar temáticas hasta entonces dejadas para el confesionario o el diván. Ejercerán, actuarán, vivirán su sexualidad y deseo con libertad y lograrán conformar la estrecha unión del compinchazgo.

Caso contrario, darán por terminada una relación agobiante, aburrida, pesada y oscura, lo cual también les brindará alegría y libertad.

No sugiero que todas nos metamos a los chats a encontrar nuestros eventuales calentones, pero tampoco hacerse cruces y escondernos por algo que, en esta primera mitad del siglo XXI es “normal” y, de algún modo, preanuncia cómo serán las relaciones de aquí a 50 o más años.

La síntesis de tanta palabrería es: Amiga, masturbate feliz y contenta y si encontraste un señor que dice las palabras justas en el momento preciso, conservalo, es una joya en un estiercolero.


En la próxima notuela, publicaré las fotos de los tantos que conocí a través del ciberespacio. No sus caras precisamente…

Gracias por leer mi blog.


Que estén bien.



Soledad F.