CUANDO NOS
CONVERTIMOS EN VARONES
Los
latidos del útero que anulan nuestro criterio…
Ayer
conversaba con una amiga que me contaba
lo nerviosa que se sentía porque habría de encontrarse con el hombre
que
conoció en un chat. No sería nueva la anécdota ni novedosa tampoco si
no fuera
que se trata de un chat de BDSM, la sigla que también inventaron e
impusieron
los yanquis para designar las alternativas de la práctica
sadomasoquista –que
incluye el arte de las ataduras (bondage) y la obvia relación
Dominante/sumis@-.
Como
para enfatizar el carácter tan serio de
ese encuentro, ella me dice: “Y va a llevar un contrato”. La frase me
dio como
un golpe en la nuca y otro en la panza.
-
¿Un
contrato? ¿Para
qué? –la indagué actuando desconocimiento del asunto.
-
Sí,
para la relación
–respondió ella.
Se
refería al siempre bienvenido “convenio de
sumisión” en el que ambas partes, sumisa y dominante, firman el acuerdo
“de
partes”. Allí constan varias cuestiones a tener siempre en cuenta tales
como
los límites que la sumisa expone y el dominante acepta, así como la
declaración
de salud por parte de ella y su conformidad plena con la realización de
la
sesión de marras dejando al dominante la elección de cualquiera de los
castigos, torturas, figuras y actitudes que él la ordene durante el
transcurso
de esa sesión. Aceptando, por supuesto que sí, los efectos que puedan
surgir de
dicha práctica.
Esto,
dicho así, parece una exageración o
bien un delirio. Sin embargo a los efectos legales tiene una
importancia
suprema en el supuesto de que, por alguna de esas emergencias que no se
prevén
ni dominan, alguno de los participantes resulte con injurias corporales
graves
a consecuencia de efectos colaterales no buscados.
Es
que cuando aceptamos las condiciones que
nos plantea el futuro “dómine” para la realización de la sesión a la
que
accederemos –aceptando él, por su parte, los límites que hemos
impuesto-,
estamos entregándonos a una persona de un modo mucho más amplio que
cuando
salimos de cacería y nos llevamos al elegido a un cuarto de hotel
alojamiento
por uno o dos turnos.
Este
aspecto de esa relación Dominante/sumisa
(D/s) es en el que deberíamos de pensar muy seriamente, a pesar del
latido de
nuestro útero y las cosquillas del escurrir flujoso por la horquilla de
nuestra
vulva. Por dicho aspecto es que nuestra entrega será mayor, más abierta
y por
ende, más arriesgada.
¿A qué
nos exponemos?
Si
alguna vez, estando en vivo y directo, no
hemos sabido detectar las señales inequívocas que emitía la gestualidad
de
nuestro desconocido con futuro de cama de hotel y, como resultado de
esa
ceguera, hubimos de pasar momentos tensos y hasta lesivos para nuestra
integridad física; ¡Cuánto más podemos no-ver en un chat?
Siempre
que me lo han preguntado respondí del
mismo modo porque en esa respuesta fue –y va- mi concreta experiencia
al
respecto: Antes de aceptar “tomar un
café para ver qué pasa” en un chat de levante sexual, pasar días y días
chateando con el candidato.
Si
el lenguaje oral, expresado, dicho en
palabras, representa al sujeto más allá de lo que éste puede llegar a
saber al
momento de hablar, el lenguaje escrito boceta un retrato del
“escribidor” que
nos alerta sobre determinados contenidos que posee el que nos teclea
frases y
mensajes.
Un
ejemplo. En el decurso de ese
“cuestionario chatero automático” por la secuencia de preguntas:
nombre, edad,
estado civil… y trabajo, en el eufemismo de “¿A qué te dedicás?” Si el
preguntador suma: “¿Trabajás o sos ama de casa?” ya tenemos el mejor
trazo de
un pichoncito de dinosaurio. Si, luego de sorteada esa requisitoria,
avanza
pretendiendo algún donaire: “¿Casada, en pareja, algo o sola?” ya
tenemos casi
el cuadro con colorinches y todo.
En
esta última pregunta se ve la proyección
exacta del machistoide que repite e incorpora. De ahí extraemos el
concepto de
que si una está casada no está en pareja. Nunca me aclararon qué
significaba del
“algo” porque ahí se reúne la conceptualización anterior: o estás
casada o en
pareja o sos callejera y saltás de cama en cama.
Por
último, el remate de la visión
machistoide: Si no hacemos nada de todo lo anterior, irremisiblemente
estaremos
“solas”.
Por
lo tanto si una, a pesar de estas señales
de bastedad manifiesta, decide avanzar en la relación eventual porque
tiene
ganas de conocer en vivo lo que dicho sujeto le mostró en fotos o por
cámara…
la responsabilidad es sólo de nosotras. El pobre tipo, al fin de
cuentas,
cumple su papel como puede y le enseñaron.
Se pone
más pesado
Ahora
si la relación incipiente se plantea en
el ámbito del BDSM, la cosa se pone realmente pesada. Por todo lo dicho
anteriormente. No hay mucho que agregar. Nuestra salud física estará en
juego
allí.
Es
que hay muchos hijos de puta –con perdón
de las colegas- que pululan en
¡Qué
inteligente!
Empezando
por los psicópatas cuya capacidad
camaronesca es superlativa. Inteligentes, lúcidos, de ocurrencias
disparatadas
pero adecuadas al ánimo de joda que se lleva a un chat, tienen la
capacidad de
envolvernos como matambre. Hablaremos con amigas virtuales de lo genial
que es
fulanito, porque realmente nos lo parece así. Hasta que un día, por
cansancio o
persistencia o porque ese día decidimos jugar a la samaritana, nos
ponemos en
mente salir con ese tipejo. Recordemos que la relación chatera se
inicia en un
chat de BDSM.
Podremos
encontrarnos varias veces, en vivo,
con el fulanito. Esperará y nos hará confiar porque veremos que no es
un
atolondrado ni un baboso ni un apurado de mierda. Hasta que aceptamos,
al fin,
realizar la sesión en un hotel. Puede que salgamos indemnes de esa
experiencia.
Puede que no. Pero como las probabilidades están en la métrica de una
moneda
arrojada al aire, en lo personal prefiero dejar pasar.
Amigo
mío
El
otro personaje, tanto o más amable que el
anterior, no será psicópata pero sí delincuente. Estafadores, los más.
Estos
buscan relaciones continuadas, estables con las limitaciones de cada
cual. No
piden nada, ofrecen acompañamiento, “respeto” y estar “siempre ahí”. Se
instalan, digamos. Pasan por ser el jarrón de la bisabuela en el
dressoir de la
entrada de la casa: lo vemos, es decorativo y punto.
Pero
por esas cosas de “la elección de
objeto” o “el brillo en la nariz” un día, zas, decidimos que habremos
de
probar. Sólo porque estamos, ese día, apropiadamente excitadas y muy
putonas.
Entonces
comenzará el tejido en punto jersey:
se estira pero vuelve. Se esforzarán en que la pasemos como nunca.
Recibiremos
el trato más adecuado dentro de una sesión D/s y saldremos del hotel
con una
sonrisa ancha de ojos brillosos y piernas flojas. Caeremos en la trampa
hedonista
y volveremos a verlo. Si somos tontonas, en el mismo hotel.
Como
la periodicidad ablanda la seguridad, un
día llevaremos los documentos en la cartera y cuando fuimos al baño,
nuestro
“amigo” habrá revisado y tomado datos. Y así en más… Ya podrán imaginar
cómo va
creciendo la hiedra.
Si
lo nuestro fue trampa al 100%, la
extorsión será la salida única y efectiva. Si no es trampa pero tampoco
la
pavada, algunas preferirán sacarse el problema de encima –que no lo
será así- y
“dar en préstamo” la suma que nos pida. Si tenemos las cosas claras, lo
mandaremos a la mierda y si hay un hermano forzudo o un amigo ídem, le
daremos
las coordenadas del amable señor pedigüeño para que lo visiten en plan
persuasivo…
Medio,
índice y anular
Todo
esto se evitaría si pensamos antes de
actuar y si tenemos presente que aún siendo mujeres –con todo lo que
ello
significa y nos brinda de la duramadre “pa’dentro”- no podremos manejar
todas las situaciones. También
se
evitará, y en grado sumo, si cuando estamos muy calientes elegimos
masturbarnos
a buscar un rufián encubierto para que nos calme las alocadas hormonas.
Natural
Ser
novatas, nuevas, recién llegadas a un
sitio dado puede producirnos una tensión extra a la que ya nos cargó la
expectativa depositada en esa puerta que abrimos. Es probable que a
menor edad
mayor tensión por la ansiedad dirigida a lo que pueda ser, ya que la
imaginación proyecta imágenes que no siempre logran corporizarse, aún
con
quitas importantes.
No me
excluyo
Tenía
19 años y descubrí el chat por obvia reacción
contraria a la tremenda crítica que le hizo el titular de una cátedra
en la
facu. No me vergüenza reconocer que cuando me sentaba frente al monitor
y
conectaba con todos los ruidos del dial-up, sentía cosquillas en mi
vulva,
producidas por el escurrimiento progresivo de flujo que tal situación
me
provocaba. ¡Ni qué decir cuando ingresaba a una sala de CiudadFutura
donde el
menor de los hombres allí presentes tenía, como poco, 35 años!
Así,
también, tuve experiencias memorables y
otras, lacerantes y ominosas. Éstas últimas podrían haber derivado en
consecuencias que, presumo, podrían haber sido desastrosas para mí y
para mi
familia. Y si no resultaron así sólo fue por obra de la casualidad.
Ninguna
otra razón.
Por
esto último es que insisto tanto y tan
pesadamente –lo reconozco- con la prevención, la seguridad, la reserva
y hasta
el secreto de todo lo que pueda identificarnos ante cualquier
desconocido que
conocemos en el chat.
El
placer de la clandestinidad en la
expansión del deseo, adherido a alternativas que la “sociedad correcta”
denosta, nos lo brinda el chat. No arruinemos esa posibilidad sólo por
la
ansiedad de sentir en vivo lo que imaginamos a partir de las letras,
las fotos
y la cámara.
Besos
a mis colegas de género y disculpen los
varones por lo que les pueda tocar…
Gracias
por leerme.
Que
estén bien.
Soledad
FAB.
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