martes, 12 de noviembre de 2013

CUANDO NOS CONVERTIMOS EN VARONES

Los latidos del útero que anulan nuestro criterio…

Ayer conversaba con una amiga que me contaba lo nerviosa que se sentía porque habría de encontrarse con el hombre que conoció en un chat. No sería nueva la anécdota ni novedosa tampoco si no fuera que se trata de un chat de BDSM, la sigla que también inventaron e impusieron los yanquis para designar las alternativas de la práctica sadomasoquista –que incluye el arte de las ataduras (bondage) y la obvia relación Dominante/sumis@-.

Como para enfatizar el carácter tan serio de ese encuentro, ella me dice: “Y va a llevar un contrato”. La frase me dio como un golpe en la nuca y otro en la panza.

-          ¿Un contrato? ¿Para qué? –la indagué actuando desconocimiento del asunto.

-          Sí, para la relación –respondió ella.

Se refería al siempre bienvenido “convenio de sumisión” en el que ambas partes, sumisa y dominante, firman el acuerdo “de partes”. Allí constan varias cuestiones a tener siempre en cuenta tales como los límites que la sumisa expone y el dominante acepta, así como la declaración de salud por parte de ella y su conformidad plena con la realización de la sesión de marras dejando al dominante la elección de cualquiera de los castigos, torturas, figuras y actitudes que él la ordene durante el transcurso de esa sesión. Aceptando, por supuesto que sí, los efectos que puedan surgir de dicha práctica.

Esto, dicho así, parece una exageración o bien un delirio. Sin embargo a los efectos legales tiene una importancia suprema en el supuesto de que, por alguna de esas emergencias que no se prevén ni dominan, alguno de los participantes resulte con injurias corporales graves a consecuencia de efectos colaterales no buscados.

Es que cuando aceptamos las condiciones que nos plantea el futuro “dómine” para la realización de la sesión a la que accederemos –aceptando él, por su parte, los límites que hemos impuesto-, estamos entregándonos a una persona de un modo mucho más amplio que cuando salimos de cacería y nos llevamos al elegido a un cuarto de hotel alojamiento por uno o dos turnos.

Este aspecto de esa relación Dominante/sumisa (D/s) es en el que deberíamos de pensar muy seriamente, a pesar del latido de nuestro útero y las cosquillas del escurrir flujoso por la horquilla de nuestra vulva. Por dicho aspecto es que nuestra entrega será mayor, más abierta y por ende, más arriesgada.

¿A qué nos exponemos?

Si alguna vez, estando en vivo y directo, no hemos sabido detectar las señales inequívocas que emitía la gestualidad de nuestro desconocido con futuro de cama de hotel y, como resultado de esa ceguera, hubimos de pasar momentos tensos y hasta lesivos para nuestra integridad física; ¡Cuánto más podemos no-ver en un chat?

Siempre que me lo han preguntado respondí del mismo modo porque en esa respuesta fue –y va- mi concreta experiencia al respecto: Antes de aceptar “tomar un café para ver qué pasa” en un chat de levante sexual, pasar días y días chateando con el candidato.

Si el lenguaje oral, expresado, dicho en palabras, representa al sujeto más allá de lo que éste puede llegar a saber al momento de hablar, el lenguaje escrito boceta un retrato del “escribidor” que nos alerta sobre determinados contenidos que posee el que nos teclea frases y mensajes.

Un ejemplo. En el decurso de ese “cuestionario chatero automático” por la secuencia de preguntas: nombre, edad, estado civil… y trabajo, en el eufemismo de “¿A qué te dedicás?” Si el preguntador suma: “¿Trabajás o sos ama de casa?” ya tenemos el mejor trazo de un pichoncito de dinosaurio. Si, luego de sorteada esa requisitoria, avanza pretendiendo algún donaire: “¿Casada, en pareja, algo o sola?” ya tenemos casi el cuadro con colorinches y todo.

En esta última pregunta se ve la proyección exacta del machistoide que repite e incorpora. De ahí extraemos el concepto de que si una está casada no está en pareja. Nunca me aclararon qué significaba del “algo” porque ahí se reúne la conceptualización anterior: o estás casada o en pareja o sos callejera y saltás de cama en cama.

Por último, el remate de la visión machistoide: Si no hacemos nada de todo lo anterior, irremisiblemente estaremos “solas”.

Por lo tanto si una, a pesar de estas señales de bastedad manifiesta, decide avanzar en la relación eventual porque tiene ganas de conocer en vivo lo que dicho sujeto le mostró en fotos o por cámara… la responsabilidad es sólo de nosotras. El pobre tipo, al fin de cuentas, cumple su papel como puede y le enseñaron.

Se pone más pesado

Ahora si la relación incipiente se plantea en el ámbito del BDSM, la cosa se pone realmente pesada. Por todo lo dicho anteriormente. No hay mucho que agregar. Nuestra salud física estará en juego allí.

Es que hay muchos hijos de puta –con perdón de las colegas- que pululan en la Red.

¡Qué inteligente!

Empezando por los psicópatas cuya capacidad camaronesca es superlativa. Inteligentes, lúcidos, de ocurrencias disparatadas pero adecuadas al ánimo de joda que se lleva a un chat, tienen la capacidad de envolvernos como matambre. Hablaremos con amigas virtuales de lo genial que es fulanito, porque realmente nos lo parece así. Hasta que un día, por cansancio o persistencia o porque ese día decidimos jugar a la samaritana, nos ponemos en mente salir con ese tipejo. Recordemos que la relación chatera se inicia en un chat de BDSM.

Podremos encontrarnos varias veces, en vivo, con el fulanito. Esperará y nos hará confiar porque veremos que no es un atolondrado ni un baboso ni un apurado de mierda. Hasta que aceptamos, al fin, realizar la sesión en un hotel. Puede que salgamos indemnes de esa experiencia. Puede que no. Pero como las probabilidades están en la métrica de una moneda arrojada al aire, en lo personal prefiero dejar pasar.

Amigo mío

El otro personaje, tanto o más amable que el anterior, no será psicópata pero sí delincuente. Estafadores, los más. Estos buscan relaciones continuadas, estables con las limitaciones de cada cual. No piden nada, ofrecen acompañamiento, “respeto” y estar “siempre ahí”. Se instalan, digamos. Pasan por ser el jarrón de la bisabuela en el dressoir de la entrada de la casa: lo vemos, es decorativo y punto.

Pero por esas cosas de “la elección de objeto” o “el brillo en la nariz” un día, zas, decidimos que habremos de probar. Sólo porque estamos, ese día, apropiadamente excitadas y muy putonas.

Entonces comenzará el tejido en punto jersey: se estira pero vuelve. Se esforzarán en que la pasemos como nunca. Recibiremos el trato más adecuado dentro de una sesión D/s y saldremos del hotel con una sonrisa ancha de ojos brillosos y piernas flojas. Caeremos en la trampa hedonista y volveremos a verlo. Si somos tontonas, en el mismo hotel.

Como la periodicidad ablanda la seguridad, un día llevaremos los documentos en la cartera y cuando fuimos al baño, nuestro “amigo” habrá revisado y tomado datos. Y así en más… Ya podrán imaginar cómo va creciendo la hiedra.

Si lo nuestro fue trampa al 100%, la extorsión será la salida única y efectiva. Si no es trampa pero tampoco la pavada, algunas preferirán sacarse el problema de encima –que no lo será así- y “dar en préstamo” la suma que nos pida. Si tenemos las cosas claras, lo mandaremos a la mierda y si hay un hermano forzudo o un amigo ídem, le daremos las coordenadas del amable señor pedigüeño para que lo visiten en plan persuasivo…

Medio, índice y anular

Todo esto se evitaría si pensamos antes de actuar y si tenemos presente que aún siendo mujeres –con todo lo que ello significa y nos brinda de la duramadre “pa’dentro”- no podremos manejar todas las situaciones. También se evitará, y en grado sumo, si cuando estamos muy calientes elegimos masturbarnos a buscar un rufián encubierto para que nos calme las alocadas hormonas.

Natural

Ser novatas, nuevas, recién llegadas a un sitio dado puede producirnos una tensión extra a la que ya nos cargó la expectativa depositada en esa puerta que abrimos. Es probable que a menor edad mayor tensión por la ansiedad dirigida a lo que pueda ser, ya que la imaginación proyecta imágenes que no siempre logran corporizarse, aún con quitas importantes.

No me excluyo

Tenía 19 años y descubrí el chat por obvia reacción contraria a la tremenda crítica que le hizo el titular de una cátedra en la facu. No me vergüenza reconocer que cuando me sentaba frente al monitor y conectaba con todos los ruidos del dial-up, sentía cosquillas en mi vulva, producidas por el escurrimiento progresivo de flujo que tal situación me provocaba. ¡Ni qué decir cuando ingresaba a una sala de CiudadFutura donde el menor de los hombres allí presentes tenía, como poco, 35 años!

Así, también, tuve experiencias memorables y otras, lacerantes y ominosas. Éstas últimas podrían haber derivado en consecuencias que, presumo, podrían haber sido desastrosas para mí y para mi familia. Y si no resultaron así sólo fue por obra de la casualidad. Ninguna otra razón.

Por esto último es que insisto tanto y tan pesadamente –lo reconozco- con la prevención, la seguridad, la reserva y hasta el secreto de todo lo que pueda identificarnos ante cualquier desconocido que conocemos en el chat.

El placer de la clandestinidad en la expansión del deseo, adherido a alternativas que la “sociedad correcta” denosta, nos lo brinda el chat. No arruinemos esa posibilidad sólo por la ansiedad de sentir en vivo lo que imaginamos a partir de las letras, las fotos y la cámara.

Besos a mis colegas de género y disculpen los varones por lo que les pueda tocar…

Gracias por leerme.

Que estén bien.

 

Soledad FAB.

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